Cerebro, dispersión cognitiva y posverdad
Por Ignacio Brusco*, copiado de baenegocios el 23-7-18.
Podría decirse que la posverdad es la mentira repetitiva, que trata de convencer de algo que es irreal a sabiendas de ello. Es una práctica muy utilizada en la actualidad, pero no novedosa. Ya el terrible ministro nazi de propaganda, Joseph Goebbels, hizo famosa su frase: "Miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá". Concepto que por cierto tampoco había creado él, sino que se lo adjudica primariamente al filósofo e historiador griego Plutarco.
También se han generado muchas incógnitas sobre las "verdades" internacionales de guerras preventivas, excusadas sobre dudosos arsenales químicos, de las que nada fue demostrado posteriormente. También en muchas actuales elecciones presidenciales estas "verdades" fueron francamente influyentes. Estos manejos cobran mucha mayor intensidad con el incremento de las redes sociales, estructuras con poco chequeo que pueden "informar" cualquier falacia sin ser controladas, con una amplificación inconmensurable y muy rápida.
Se suma a esto el imparable aumento poblacional: durante cientos de años la población mundial se incrementó lentamente, pero actualmente se multiplica sistemáticamente, siendo hoy casi 8000 millones personas los habitantes del mundo; que amplifican intensamente cualquier repercusión informativa.
El término posverdad adquirió energía a partir de un discurso dado por Angela Merkel en el año 2016 en donde planteó: "Últimamente vivimos en tiempos posfactuales". En el mismo año el diccionario de Oxford consideró al término posverdad (post-truth) como el neologismo del año, considerado como una "verdad negociable": en realidad una mentira o mentira a medias, utilizadas fundamentalmente por la agenda política.
A partir de ese momento se instaló con mucha energía el término, con la contribución de las diferentes redes sociales. Potencias mediáticas que replican las verdades y utilizan los trolls en Twitter y Facebook con el fin de generar el impacto subsecuente, pudiendo difundir datos inexactos que generen efecto en forma inmediata, pero muy difíciles de constatar, apelando a la cada vez más ansiosa comunidad de redes.
Existe una base de medios instalada a través de los medios clásicos, como los diarios, la televisión e incluso las web, que pueden ser chequeados con mayor factibilidad. De ahí, la proliferación mundial de las empresas de chequeado que intenta neutralizar las contradicciones comunicacionales, aunque tampoco exentas de influencias pragmáticas.
Así las cosas, los partidos políticos y los medios con características corporativas tienen en claro cómo explorar a través de las redes sociales los fenómenos de la posverdad, conociendo de antemano el impacto que tendrá sobre la opinión de las personas desprevenidas.
Existe abundante y heterogénea información específica con gran dispersión de temas que se ofrecen en muy poca unidad de tiempo a nuestro cerebro. Esta "dispersión cognitiva" dificulta la toma de posición específica sobre contradicciones, especialmente aquellas que coincidan con el pensamiento de la persona que la recibe, pues serán menos críticos. Su cognición muy frecuentemente tratará amablemente a la noticia más por la familiaridad emocional que por la razón. Queda así mucha población desprotegida.
Se plantea que la posverdad intervenga en el "razonamiento motivado", que podría asemejarse al funcionamiento de los sistemas de creencias. Es decir, ideas que tienen algo de razón pero que contienen componentes emocionales como la identificación partidaria, religiosa o de otro tipo de cuestiones como la política, el deporte o la ecología.
Los sistemas de creencias producen la expectativa de confianza, impactan sobre la función emocional, racional y corporal de las personas. Se generan sobre alguna idea, es decir, creer en algo o en lo contrario, la idea negativa. Por ejemplo, no creer que un medicamento será efectivo. Este sistema puede generarse sobre algo visible o también sobre cuestiones no observables. Funciona especialmente a través de la amígdala, que abre la emoción inconsciente y del lóbulo prefrontal, que permite concientizar las creencias.
Además, existe un sistema regulador de la conciencia que permite controlar la información que llega al cerebro, tanto sensorial como de pensamientos internos, otorgando criterios de realidad o no. Es decir diciendo si en lo que creemos, más allá de la subjetividad, entra dentro del rango de lo aceptable para nuestra cultura y sociedad.
El psiquiatra Andrew Newberg de la Universidad de Pensilvania, referente del tema de religiosidad (podría también ser sobre una terapia o una idea política), plantea la importancia de los rituales en el entendimiento neurobiológico de la religiosidad. En ellos se observan varios pasos en común en las diferentes religiones. Probablemente se generen planteos en común. Así, cuesta mucho más identificar una contradicción generada por una idea con contexto emocional similar al nuestro, que lo genera el candidato del partido contrario con de una ideología diferente.
Aparece entonces un "sesgo partidista", que sería como una desviación cognitiva hacia el grupo con el que identifica la persona. Existe en consecuencia lo que los estudiosos del tema llama un "sesgo de confirmación", con una tendencia a interpretar las propias expectativas y que refiere a la propia ideología, como plantea la investigadora de redes sociales Michela Del Vicario. En un trabajo muy conocido, su grupo describe que ante una mentira en las redes, esta se puede propagar rápidamente en pocas horas, pero con una característica: los que la propagan son grupos con similitudes ideológicas o de referencia grupales.
Esto ha sido estudiado en el cerebro humano por Drew Westen de la Universidad Emory de Atlanta, que observó cómo reaccionaban ante los discursos de los candidatos los votantes de un partido político. Evaluó la diferente reacción cuando escuchaban contradicciones del candidato propio o del contrario. Entonces cuando la persona escuchaba una contradicción discursiva se observó en resonancia magnética funcional del cerebro la activación de la corteza cingulada anterior y del lóbulo prefrontal ventromedial. Estas zonas de la corteza se activan ante el procesamiento de emociones negativas de dolor o situaciones estresantes, cuestión que se explica neurológicamente y describe cómo las opiniones del candidato contrario sensibiliza a los sujetos; a diferencia de las cuestiones con los candidatos de referencia, al que se le perdonan controversias similares percibiéndose a ellas como menos graves.
Dicho esto, las personas quedan expuestas a la posverdad ante situaciones que parecen coincidir mucho con su propio parecer. Las premisas pueden estar cargadas de postulados falsos y sin embargo quedar enmascaradas en el contexto emocional de esos sujetos o grupos.
Difícil actuar entonces contra sistemas de creencias. Se conoce que dentro de estas cuestiones están las ideas políticas, religiosas o de placebo, que nos hacen confiar o desconfiar según sea la afinidad con el planteo o quien lo plantee. Igualmente dificultoso es entonces ir en contra de las ideas arraigadas emocionalmente en el sistema límbico emocional subcortical. Mucho más incluso ante la rápida invasión de la información por unidad de tiempo, su repetición en forma encubierta y la variada complejidad de los temas a analizar.
Muchas veces, cuando más se trate de convencer en forma imperativa a las personas, más se puede generar un fenómeno paradojal o de rebote sobre la idea a convencer, generando gran resistencia a los cambios. Aplicaría aquí el consejo de "cuanto más, menos". Con campañas imperativas, que tratan de generar cambios de posición, muchas veces se producen posiciones de resistencia.
Cambiar de una creencia, aun montando cuestiones racionales, puede ser muy difícil, quedando de lado cuando la emoción coopta el pensamiento racional. Esto genera un contexto muy accesible para posiciones posfactuales, que se enmarcan sobre las personas que creen emocionalmente algún tema o que se sienten identificados con un grupo de referencia.
* Por Ignacio Brusco. Neurólogo Cognitivo. Doctor en Filosofía.
Prof titular UBA. Investigador del Conicet
Prof titular UBA. Investigador del Conicet
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