Algo está prohibido, siempre

Por , Agostino Abate P., copiado de aquí, el 8-3-18.

La psicología nos ofrece el instrumento de la psicoterapia para librarnos del sentimiento de culpa y de sus huellas, afirmando que nada debe hacernos sentir culpables.
La espiritualidad, que habla de culpa, porque cree en la existencia del mal, nos ofrece la reconciliación como petición de perdón.
La psicoterapia pide ayuda al hombre, la reconciliación pide ayuda a Dios.
Es posible que el sentimiento de culpa sea un mecanismo original impreso en nuestra biología como un medio esencial para guiar el comportamiento. Aunque fuera una categoría de la mente no significa que también estén impresos en ella los comportamientos ideales o equivocados. Es la historia y la sociedad que ponen las bases acerca de lo que está permitido o lo que está prohibido. De hecho existe una prohibición de no matar y muy tajante, pero a veces el matar hace proclamar héroes.
Los hechos que activan el sentimiento de culpa cambian rápidamente. En nuestra sociedad, por ejemplo, el no robar ya no activa un sentimiento de culpa pues, a veces, se ve como una estrategia vencedora. Mientras hechos nuevos e importantes que generan en nuestra cultura sentimientos de culpa pueden ser el haber o no haber cumplido con la dieta y como consecuencia haber o no haber bajado o subido de peso.
El momento histórico en que vivimos se caracteriza por un sentido de culpa vacío acerca de todo lo que se refiere al otro y a la propia dimensión psicológica y espiritual. Somos como barcos sin timón e instrumento de control en grandes tempestades, sin embargo le prestamos más atención a la carrocería y a la exterioridad. Vivimos en una sociedad llena de Yo e incapaz de usar el Nosotros.
En este clima impera la ética de la circunstancia, donde no existe nada prohibido, siempre, y donde a nada se le considera un deber sino que todo es posible dependiendo del cuándo y del cómo. Los demás, el prójimo, son solamente ocasiones, decoraciones que no imponen deberes algunos.
Una sociedad que no sea capaz o tenga miedo de proponer imperativos, está destinada a abandonar a sus propios hijos. Porque una cosa es dejar la libertad de experimentar y de formarse una visión del mundo, otra cosa es dejar hacer. Se trata del permitirlo todo, del desempeño, porque no existe nada que sea menos fatigoso que el dejar de educar.
La educación a todo nivel supone una relación y un enlace afectivo diferenciado dependiendo del ambiente donde se desarrolle: familia, escuela, parroquia, asociación social o deportiva.
Una sociedad que le tenga miedo a poner límites, no tiene sentido de responsabilidad, le faltan principios. Los principios siempre hay que confrontarlos y a veces puede suceder que haya que combatirlos. Vivimos el drama de una sociedad de padres que no tienen nada que proponer y para los cuales todo va bien o mal en relación al fastidio que puede dar el uno u el otro en aquel momento o en aquel estado de ánimo.
Se necesita.....

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