Las emociones del psicólogo


En la crítica a la llamada ciencia positiva se tiene por demostrado que el sujeto que conoce es menos neutro, menos pasivo, menos aséptico de lo que nos creíamos. Parece que en el proceso de conocimiento, el sujeto interviene de forma activa en la construcción de la narración sobre la realidad. Las consecuencias de esto son importantes y nos deben poner sobre aviso del propio mundo emocional del psicólogo, además de sus ideas y creencias. Porque también nuestras propias emociones intervienen en la forma que tenemos de ver las cosas y, por tanto, en aquellas que nos parecen significativas y en la importancia que les otorgamos.

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En definitiva, es inevitable la reacción emocional del terapeuta ante los problemas del paciente. Se trata de entender que para conseguir una terapia exitosa no bastan sólo los conocimientos científicos y técnicos del psicólogo. Es necesario, además, manejar con eficacia las propias emociones. Porque, ¿es indiferente ante un problema de malos tratos que nosotros mismos hayamos sido objeto, alguna vez en nuestra infancia, de conductas vejatorias, de bullying, de humillaciones en nuestro entorno social o en nuestra propia familia? ¿Da igual para un terapeuta que tiene que abordar alguna dificultad para independizarse en su paciente que él mismo haya tenido una madre sobreprotectora o un padre periférico? Es evidente que no. Nuestro bagaje afectivo, nuestra biografía, nuestra historia personal forman parte, también, de las herramientas que ponemos al servicio de nuestros pacientes. Y los psicólogos tenemos que hacer un aprendizaje emocional para poner este bagaje a su servicio. Es indispensable.

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