Psicoterapia y crecimiento emocional
Artículo escrito por Ruth Holtz, copiado el 2-2-17 de aquí.
Mtra. Ruth Holtz, Terapeuta psicocorporal, Analista bioenergética, Psicoterapeuta psicoanalítica.
La forma en que expresamos nuestras emociones y las consecuencias que
ello tenga para nuestra vida y nuestras relaciones la aprendemos de
nuestros padres y de las personas importantes de nuestra infancia. Hay
dos historias que se tejen a este respecto. Una de ellas es en la que el
niño aprende por imitación o por modelaje de los padres u otras
personas importantes en su desarrollo, y esto lo realiza tanto de forma
consciente como inconsciente. La otra historia es la que resulta de
aquella marca que dejan en el sistema nervioso las vivencias y las
emociones que el niño vive.
Influye en ello el que se le permita o
no expresarlas, en especial las relacionadas con los conflictos en los
que la agresión o el miedo predominan, ya que son las emociones clave
que activan las respuestas ante el estrés. Las emociones vividas más
frecuentemente producen un cierto funcionamiento en el sistema nervioso,
tanto central como autónomo, así como en el bioenergético.
Entonces
se va conformando una fisiología y una coraza muscular necesaria para
ese tipo de manejo emocional. También se gesta una coraza
caracterológica, es decir, una manera de ser y pensar que justifique
nuestros bloqueos y nuestro funcionamiento nervioso. Así si soy corajudo
diré que es carácter fuerte y que está bien porque la vida es dura y
hay que abrirse paso. Y la forma de mi cuerpo reflejará esa actitud,
quizá sea fornido y un poco grueso. Si soy demasiado aislada y tengo
miedo de todo, diré que no es para menos, hay tanta agresión en el
mundo, tantos accidentes y asaltos que mejor hay que estar bien
resguardados y “tener precaución”, etc. Quizá sea extremadamente delgada
como para parecer desapercibida y bajar la intensidad de mi vitalidad
que me obligaría a salir de mi aislamiento si estuviera plena. Y así por
el estilo.
En otras palabras, aprendemos a manejar nuestras
emociones por imitación de nuestros padres o en contraposición con
ellos. Por otro lado, lo que vivimos nos deja una marca fisiológica que
determina un funcionamiento cerebral, nervioso y bioenergético que nos
lleva a reaccionar de determinados modos. Es en ambas historias en las
que necesitamos desaprender primero, reaprender después o aprender por
primera vez. Es decir, si la forma en que nuestros padres nos enseñaron a
manejar nuestras emociones resulta desventajoso para nuestra vida y las
exigencias que ella tiene o que incluso resulta dolorosa esa manera
porque nos impide ser felices, aceptarnos a nosotros mismos o establecer
buenas relaciones, entonces necesitaremos desaprender eso, borrarlo,
renunciar a esos modelos para acceder a nuevas alternativas de reacción.
Ello puede resultar difícil si implica un compromiso de amor con uno de
los progenitores o personas importantes en nuestro desarrollo. Por amor
conservamos actitudes que no nos sirven porque queremos ser como esa
persona que admiramos o hacia la que sentimos una cierta identificación.
Una vez que logramos deshacernos de actitudes o reacciones aprendidas
no convenientes viene el proceso de escoger y trabajar hasta forma un
hábito nuevas actitudes o reacciones. A veces ni siquiera teníamos
actitudes aprendidas y tenemos que aprender por primera vez cómo manejar
ciertas emociones y que actitudes cultivar de acuerdo a lo que somos,
sentimos y queremos.
Desaprender y aprender a nivel fisiológico,
nervioso y bioenergético es más difícil aún. Sin embargo es posible un
cambio hasta cierto grado, pues el cerebro es sumamente plástico, es
decir, podemos enseñarle nuevas pautas de respuesta y romper esquemas
fijados, pero ello implica un trabajo más prolongado para cambiar
patrones de respuesta. A nivel bioenergético es necesario cambiar las
actitudes musculares que nos sirvieron para cierto manejo emocional y
recobrar la viveza y espontaneidad del cuerpo. Recobrar nuestro cuerpo y
su contacto con él es parte de este proceso. Nuestras emociones son
siempre también sensaciones corporales. En la medida en que nos
permitimos sentirlo, recobraremos también nuestras emociones. Y entonces
podremos atenderlas porque generalmente son mensajes de nuestro
interior que expresan una necesidad para ser satisfecha.
El cambio
que una psicoterapia ofrece es más difícil y prolongado de lograr en
los adultos que en los niños, dado que las corazas, tanto la muscular
como la caracterológica, se han establecido y son ya hábitos totalmente
justificados en nuestro entorno y para nuestro interior. De todos modos
el cambio es posible y clave para iniciarlo es “querer realmente
cambiar”.
La psicoterapia para los niños es más sencilla. En ellos
apenas se están formando las corazas y pueden deshacerse con facilidad.
El peligro en estos casos es que los niños son demasiado plásticos sin
discernir si ese cambio es bueno para ellos. Es responsabilidad de los
padres, de los maestros y terapeutas el darles los modelos de cambio
adecuados. La psicoterapia para los adolescentes tiene sus
complicaciones, dada la etapa de desafiantes que ellos viven. Si logran
no confrontarse con el terapeuta les es fácil el cambio, pues están en
la etapa de romper con los cánones establecidos en la infancia y
construir su personalidad adulta. Eso facilita el aprender cosas nuevas,
y también las corazas son menos rígidas, aunque ya tomaron su forma
definitiva, más no son fijas.
El crecimiento emocional es una
necesidad apremiante para vivir con mejor calidad de vida y porque a
todos los niveles nos comenzamos a dar cuenta como sociedad y como
humanidad que para vivir bien y tener buen desempeño en el mundo no
basta ser inteligentes racionalmente hablando, sino también requerimos
ser más capaces emocionalmente de manejarnos en nuestras relaciones con
los demás y con nosotros mismos. La inteligencia emocional ya es
concepto bien conocido, pues es lo que nos hace faltar cultivar para
mejorar nuestra calidad humana.
El enfoque que nosotros ofrecemos
implica conocer esas emociones no sólo como pensamientos o formas de
percibir las cosas, sino como reacciones corporales que necesariamente
nos vincula con los temas del cuerpo, su forma, su viveza, el contacto
físico que recibimos o permitimos y con las tensiones musculares que
están al servicio del control emocional enfermo y que requerimos
corregir también por salud y no sólo por superación personal. Por eso
consulta a la psicoterapeuta.
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